"Hagas lo que hagas, hazlo con el corazón", me decía la gran narradora de historias. Una virtuosa de la máquina de coser. Ésa era mi abuela. Todavía la recuerdo con aquella Singer negra, una máquina de coser que con su ausencia sigue tejiendo imágenes de nostalgia y que me hacen pensar en cuánta razón tenía, al mismo tiempo que recordar cuántas cosas me faltaron por decirle. 

 

Hoy, en homenaje a mi abuela, permitirme que os cuente esta pequeña historia, una historia que nos habla de cómo dos pasiones confluyen en un punto. Cómo dos personalidades totalmente distintas se unen para creer en el entusiasmo, creer en la creación y amar lo que hacen.

 

¿Las protagonistas? Sofía y Valeria Fares, dos hermanas que representan la dualidad del ser humano. Sofía; la mismísima la razón, ese logos del que nos hablaba Gaarden en El mundo de Sofía; Valeria, la impulsividad, la inconsciencia con esa dosis de frescura que consigue arrastrar. Dos personalidades unidas por la sangre mestiza que corre por sus venas y que una tarde, como otra cualquiera, reflexionaron en voz alta con el sonido del tren como testigo.

 

Trasladémonos por un instante a Málaga. "Málaga la bella", me decía una gran voz de más de noventa años, una personalidad entrañable que reforzó mi convicción de que el gran tesoro de una familia nunca se puede medir en lo material. El gran tesoro son las historias que acompañan a cada familia. Aquellos relatos que nos explican de dónde venimos para poder entender hacia dónde vamos.

 

Como cada tarde, el tren se paró en Victoria Kent y apareció Valeria con su inseparable bicicleta que le acompañaba cada jornada para ir a su trabajo. "Me he quedado sin batería", decía Valeria mientras intentaba colocar la bicicleta en el tren. "Cada día dura menos la batería", seguía rezando mientras su bicicleta se resistía a entrar. Sofía dejó su inseparable ejemplar de El principito y alzó la vista. Frente a ella, dos adolescentes que leían los mensajes en uno de los teléfonos. A su a lado, una señora de mediana edad, también miraba su móvil. Al otro lado, un hombre de unos treinta y cinco años, también lo hacía. En el cochecito, un niño de dos años lloraba ante la impotencia de que su madre le había quitado su juguete favorito: el teléfono.

 

Qué está pasando, se preguntaba Sofía. En ese instante comenzó a reflexionar sobre la verdad tan grande que había dicho su hermana y decidida le dijo: "Te propongo un juego"- Valeria, que por fin respiraba tranquila porque había conseguido colocar la bicicleta, se giró para escucharla- "De todas las personas que viajan en este tren, vamos a contar cuántas personas están utilizando su teléfono".

 

Sin hacer una pregunta más, Valeria se levantó y comenzó a pasearse por el tren contando las personas. Uno, las dos chicas de enfrente; dos, la señora de mediana edad; tres, la madre con el cochecito... y así hasta llegar a cuarenta.

 

Continuará...

 

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